está tu marido». «No sabes cuánto ha cambiado últimamente», replicó la abuela. A veces los pliegues de la manta parecían montañas. No, montañas no: dunas del desierto. Y cuando Miguel doblaba la rodilla y la retiraba quedaba una dunagrandeyhuecaqueaplastabaluegoconla mano. Le gustaba el airecito que salía entonces de dentro de la cama, hacía tanto calor. Si llamaba a la abuela y le pedía permiso para apartar las mantas