oscuridad antigua y enigmática de la antesala aparecía atravesada por un haz soberbio de luz limpia en el que el aire flotaba majestuoso y casi visible. Una anciana de pelo canoso y sonrisa tenue le dijo mi niño, mi niño, por fin has llegado. «Ya casi noteacordarásdemí,laúltimavezqueteviaún no sabías hablar», añadió, y Miguel, dejandose besuquear, contempló la panoplia con sables y las cristaleras de colores. Después ella le tomó de la