». Una voz gangosa y lejana, la del abuelo, contestó con una blasfemia y, minutos después, con un grito aislado: --¡Tú tienes la culpa de la mierda de vida que he llevado desde que me atrapaste! Miguelsintióluegocómolaabuelasealejaba por el pasillo gimoteando o refunfuñando. Después de la merienda, la abuela se quedó dormida en el sofá. A Miguel ya no le apetecía jugar al parchís y se dispuso a leer