en la casilla. Oí pocas cosas, llorar, un ruido de bolso abriendose, sonarse, y después: «Pero el canario, ¿vos lo cuidás, verdad? ¿Vos le das el alpiste todas las mañanas, y el pedacito de vainilla?» Me asombróesabanalidad,porqueesavoznoerauna voz que estuviera transmitiendo un mensaje basado en cualquier código, las lágrimas mojaban esa voz, la ahogaban. Subí a un tren antes de que