ser que si Niágara hubiera estado ahí murmurando y resoplando dulcemente en su sueño, yo hubiera preferido no levantar a Dilia, borrarla a ella y al camión y a la historia con solamente abrir los ojos y decirle a Niágara: «Es raro, estuveapuntodeacostarmeconunamujeryera Dilia», para que tal vez Niágara abriera a su vez los ojos y me besara en la mejilla tratandome de estúpido o metiendo a Freud en el baile o preguntandome