con diluir el papel que le daba forma, utilidad y esencia, cerré los ojos y continué o creí continuar diciendo: --Se llamaba Pustulina Mierdalojo y era hija de un primo de mi madre que vino del pueblo sin previo aviso a hospedarse en nuestra casa, no sé si atraídoporlosoropelesdelagranciudadosiconfiando en burlar a la justicia, que lo buscaba por algo que habría hecho, al socaire del hacinamiento propio de la barriada en que mis padres, provisionalmente