de los hijos para la cena. Por las ventanas del salón entraba un olor agrio a heno seco, a césped requemado, un olor a verano anticipado allí, en las afueras de la ciudad. Genoveva había cerrado los ojos y parecía crispada; senotabaenlaformadeaferrarsealosbrazosdel sillón. «Estoy seguro --pensó Julián-- que no deseaba verme.» --Quiero que no se cambien nuestros planes --dijo--. María se