, señor! --repuso el paralítico, haciendo reír a sus adictos. -- ¡ Y también estabas muerto cuando deshonré a tu sobrina Concetta! ¡ Muerto y podrido, como ahora! --escupió furioso el viejo, aferrando ya la navaja dentrodesubolsillo.Enaquelmomentodeseó acabar allí de una vez: morir llevandose al otro por delante. El súbito silencio de la plaza podía cortarse en el aire. Pero el Cantanotte había puesto a tiempo las