porque con don Gaetano bastaba su forma de mirar para saber si era cara o cruz. Hasta que, al cabo, el profesor le dedica una cautivadora sonrisa final: -¿Me ha comprendido usted, querido señor? «¿Seburlademíoqué?»,reaccionaelviejo. Y contraataca tan impasible como en la guerra: -No, no he comprendido. Ni me hace falta. Marca una pausa, paladeando el desconcierto en el rostro doctoral