día le parecieron femeninas, piensa: aunque se apure mucho, azulea. En fin, gracias a ese cuidado ya no retira Brunettino su mejilla, esa suavidad de seda y jazmín. Le coge y le achucha cuando no le ven. A Andrea nolegusta;ayersequejabaconAnunziatacreyendo no ser oída: «Este niño parece oler a tabaco», dijo. «¡Dios mío, qué cruz!» El viejo se indignó ante esa mentira; primero, porque ella no tiene olfato, y