sabía decír a sí mismo. Sólo era capaz de percibir la exaltación en que Madrid le había envuelto, el fervoroso anhelo que la ciudad le había despertado. Todo a su alrededor era pequeño y pobre y miserable ahora que conocía el esplendor de unaciudadcuyomotor,Davidlopresumía,eraeldinero. «Cuando sea mayor, me iré a vivir a Madrid --se decía en las noches de desvelo, con la luz apagada y el libro de aventuras abandonado en la mesilla--. No me