la bandeja una cajita con sacarina. --¡Muy bien, muy bien! --decía siempre el médico--. Mejor la sacarina. Y los demás asentían. Sólo el notario sacaba del bolsillo un terrón envuelto en papel de seda y, pidiendo disculpas, explicaba: --Nopuedoconeltésinazúcar,nopuedo... El padre se solidarizaba con la debilidad del disconforme: --A mí me pasa con el café. Sin azúcar, no puedo. Y encima esa achicoria que nos dan en el Círculo...