amigos para la tertulia. Eran tres o cuatro, nunca más. Venían de uno en uno, Iban pasando, se deslizaban entre las dobles cortinas que cerraban el paso a los extraños, al final del mostrador. «Conspiradores, eso parecen --se decía David, que aúnconservabaenunrincóndelamemorialasimágenes frescas de la película del domingo--. Conspiradores amenazados por espías.» Cuando el mancebo cerraba la farmacia y daba las buenas noches, el padre aprovechaba