y daca del que resultó que el anciano dormiría en su cama, la Emilia en la sala, en dos butaquitas yuxtapuestas, y yo, para variar, en el duro suelo. Pasamos por turno al cuarto de baño y ocupamos luego el lugar que cada uno tenía asignado. Reclinélacabezaenunmacizovolumende historia medieval y estaba a punto de caer en un profundo sueño cuando oí la voz de la Emilia que pretendía darme conversación desde sus mullidos sillones