Santiago, pronunciado con voz sofocada, forzadamente baja, llegaba hasta mis oídos. Mi hermano no estaba en su habitación, ni Bene en la suya. Doña Rosaura y mi tía se habían detenido al pie de la escalera que conducía a la torre. Estaban tan exaltadas que no advirtieronmipresenciajuntoaellas.TíaElisafuela primera en ascender por los escalones. Subía indecisa pero solemne, segura de estar cumpliendo un incómodo deber. Nosotras la seguimos hasta la puerta de la torre.