. El niño cuya cabeza antes se perdía entre las sábanas llegó a ser todo cabeza y a ti te horrorizaba ese cráneo inflado como globo a punto de estallar. No podías verlo, no querías verlo. El niño lloraba sin descanso. Aún puedo escuchar sus chillidos quefatigabantantotusnervios.Cuandooigoenlacalle a un niño llorar me detengo: busco en su llanto el sonido particular del llanto de Dieguito. Los Zeting ya no estaban en París. Salías por carbón, yo creo, impotente ante