de cera dentro de la oscuridad de la nave y los siento extrañamente vivos. Al regreso me vine por los quais. El agua muy clara reflejaba el firmamento claro también. Las péniches eran lo único negro y ennegrecían el agua con su sombra. De vez en cuandounbarquitoremolcabaaunapénicheylaamarraba un poco más arriba, nunca entendí por qué. Me invadió entonces un sentimiento muy puro de exaltación religiosa, el mismo que resentía de joven en San Petersburgo,