punta. Detrás venía la Emilia, que sujetaba con una mano la otra punta del cinturón y con la otra mano el extremo de la trabilla. A la retaguardia iba el viejo historiador, con una mano asiendo la trabilla y con la otra los pantalonesdelpijama.Elmétodoretardóconsiderablemente el avance y tenía, además, la desventaja para mí de permitir que el viento abriese de par en par la gabardina y que el frío y la humedad acaracolasen mis vergüenzas.