la papelera y extendí la mano para recoger una llave encadenada a una porra que aquél me tendía. Antes de que pudiera hacerme con la llave, el recepcionista me dio con la porra en los nudillos. --Son cuatrocientas lucas --dijo. --Lahabitaciónestápagada--protesté. --Pero no el arbitrio de hospedaje. Cuatrocientas o no hay techumbre. Aparte de la fortuna que llevaba en el maletín, sólo me quedaba un billete de quinientas. Se lo