dieran el maletín. No me pasó desapercibida la seña que el encargado de la consigna dirigió a los dos vigías ni el hecho de que éstos canjearan sus dos periódicos por otras tantas pistolas. El de la consigna, a todo esto, había colocado elmaletínsobreelmostradoryprocedíaaocultarse entre unos bultos, no fuese a organizarse una ensalada de tiros. Con el rabillo del ojo vi que los dos policías se me acercaban y en mis costillas noté el