le restañé la sangre del labio y con jirones de la sábana hice vendas y cabestrillos convirtiendo al profesor en un primoroso paquetito y volviendo yo a mi prístina desnudez. --Cuenteme usted --dije acto seguido-- lo que ha pasado. --Encuantoustedessehubieronido--relatóel viejo historiador con voz trémula--, me metí en el dormitorio para velar el sueño de mi querida hija, si así se me permite denominarla, y tal serenidad su rostro