que los visitantes de aquella ciudad, la más bella del sur, se detuvieran a admirar su patio, pues me daba su permiso para que yo también lo contemplara. Cosa que, en realidad, no comprendí, pues aquel desastre que descubrí ensuinteriornoparecíahabersidoadmiradoenmuchos años. Aunque, a pesar del aspecto ruinoso que ofrecía, era un lugar de una belleza rara, sin más plantas que las malas hierbas que crecían salvajes entre las ranuras del