y de vez en cuando los universitarios se asomaban y me preguntaban: "¿Cómo va el color?" A la hora de comer, me enojaba si alguien me dirigía la palabra, distrayendome de mis pensamientos, fijos en la próxima línea que habría de trazar y que deseabayocontinuaypurayexacta.Entoncesestabaposeída Diego, y tenía sólo veinte años. Nunca me sentí cansada, al contrario, me hubiera muerto si alguien me obliga a dejar esa vida. Evité el teatro, evité los paseos, evité