del capítulo que acabamos de dejar atrás tenía por envidiable ubicación la Rambla de Catalunya y, para contentamiento de su clientela y viacrucis de sus empleados, mesas repartidas por el bulevar. En una de las cuales nos aposentamos la Emilia y yo tras haber depositado elcochequeaquéllaresultóposeerenunparking. Por entre las mesas pululaban mendigos de muy variada laya. Apenas nos hubimos sentado nos abordó uno vestido de dril. --Si quieren les echo la buenaventura --dijo