rebosar de ropa arrebujada. Siempre en pos de otros horizontes, dejamos el cuarto de la ropa sucia y salimos a un pasillo ancho y largo. El suelo estaba cubierto de una mullida alfombra, del techo colgaban lámparas de cristal y otros objetos de buen gustoyaloscostadosmenudeabanpuertasdemadera noble. Todo daba a entender que estábamos en un hotel, pero ¿en cuál? Capítulo segundo Y POR QUÉ No ME DEJO el comisario Flores remolonear en mis cábalas