de la partida de doña Salomé, bastaba que una mujer pasara a su lado para que le brillaran los ojos y dejara oír comentarios salaces. Recuerdo que me dije: «Si no lo sujetan, no va a perdonar una pollera.» TrasunabreveetapaenEstambul,volamosaBagdad, ciudad a la que llegué con favorable expectativa, porque su nombre siempre ejerció un poderoso encanto sobre mi imaginación. Paramos en el hotel Khayam. El conserje me dio un