hasta la cintura. Miguel introdujo la mano en ella para que los pelos se le anudaran a la muñeca como serpientes finísimas y palpó su pecho de hierro brillante. El abuelo se echó a reír con risa salvaje y sus cejas se arquearon porque eran la sombradeunagaviotaquevolabaentornoala lámpara. Cuando la abuela entró con el desayuno, Miguel se quejó del calor que sentía, dijo que se aburría mucho. Ella le propuso jugar una partida de