que ella no era como aquellas ratitas rojas que había visto en el hospital. --No sé, yo estaba ausente... Me fui de cacería. --Dime la verdad. ¿Sufríste? --Qué gran palabra, Mónica. Esascosasnuncasedecían,noseacostumbrabansino las cosas tiernas, fáciles, inasibles; así eran ellos, no había por dónde agarrarlos y de repente se morían y uno se quedaba en ayunas, muerto de hambre, hurgando en sus