Vamos al cuarto de la canija de Rosa. Que no la oiga su abuelita. Hilaria le tendió la bata, acercó las pantuflas, bajaron por la escalera de servicio, los perros ladraron. ¿Serían las seis, las siete de la mañana? Con ademán friolento, Mónica cruzóaúnmáslabatasobresupecho.Alllegaral último peldaño, Hilaria detuvo a la joven, tomandola del brazo. --Niña, anoche se enfermó la mustia de Rosa y se alivió.