. Y, sin embargo, aún tuvo valor para decir: --¡Qué bien se come aquí, con este aire tan bueno! A mí me estremeció escuchar una frase tan sana en un rostro sin vida como era en aquellos momentos el suyo. Puesotravezsehabíavaciadosumiradaysehabíaapoderado de ella un gesto helado de muerte que nunca vi en ninguna otra persona. Me volví bruscamente, siguiendo la dirección de su mirada. Las dos vimos lo mismo: