Bedoya recordaba una actitud distinta hacia ellos. "Nos miraban como si lleváramos la cara pintada", me dijo. Más aún: Sara Noriega abrió su tienda de zapatos en el momento en que ellos pasaban, y se espantó con la palidez de Santiago Nasar. Peroéllatranquilizó. --¡Imaginese, niña Sara --le dijo sin detenerse--, con este guayabo! Celeste Dangond estaba sentado en piyama en la puerta de su casa, burlandose