tomó el café derramandolo un poco sobre la barba insensible. --Sólo una taza. Guardé silencio. Ni siquiera podía oír la respiración del maitre --el doble de Alex--, que jamás dejaba traslucir el menor sentimiento. Seguíamos en la penumbra. Antes,lasmujeressequejabandequeAlex¡quéhorror! les echaba encima luces despiadadas y que ningún castillo en Francia estaba tan profusamente iluminado como el suyo. Pero ahora sólo temblaba la luz incierta de las