se dijeron palabras claras, no nos eran necesarias. Sólo contaba la felicidad de Glenda en cada uno de nosotros, y esa felicidad sólo podía venir de la perfección. De golpe los errores, las carencias se nos volvieron insoportables; no podíamos aceptar que Nunca se sabe por quéterminaraasí,oqueElfuegodelanieveincluyera la infame secuencia de la partida de póker ( en la que Glenda no actuaba pero que de alguna manera la manchaba como un vómito, ese gesto de