tenían bien merecido por dejadas, por rumiantes, por echadas cual flan de sémola, aplastadas sobre el asiento. Dirigiendo a su ejército femenino, Mónica depositó al niño en la mesa indicada. Las superficies eran lisas, muy bien cepilladas e Hilaria exclamó: "Qué buena tablita parapicarmicebolla".Lanuevaenfermeralepreguntó a Hilaria si era la madre y sonrojada se alejó en menos que canta un gallo para evitar toda posible confusión: "Ay, qué pena, qué pena que vayan a creer que yo"...