no hubiera podido conocer sino por artes de adivinación. Aquella mañana, sin embargo, no sintió el pálpito de la tragedia que se estaba gestando desde las tres de la madrugada. Había terminado de barrer el patio, y cuando mi hermana Margot salía a recibiralobispolaencontrómoliendolayucapara las caribañolas. "Se oían gallos", suele decir mi madre recordando aquel día. Pero nunca relacionó el alboroto distante con la llegada del obispo, sino con los