Como siempre, la abuela estaba recargada en sus cinco cojines de funda de encaje. No pareció indignarle el relato de Mónica, sólo ordenó: --Háblenle al doctor. --Hay que dar parte --insistió Hilaria con aires de experta, la delegación, el certificado. Todosucediódentrodeunremolinofebrilcomoen las novelas de misterio. Llegó el médico de la familia; llevaba en la boca un cigarro apagado que escupió a poca distancia de Rosa. Sus ojos beige miraban hostilmente a