bandeja! --le ordenó--. Tú no tienes que entrar para nada en ese dormitorio --le dijo después con su despotismo habitual. --¡No me diga! --respondió la muchacha, alzando la cabeza y mirandola insolente desde arriba. Fue una escena insignificanteyhabíasucedidoenmipresencia,hacía apenas unas dos horas. Recordé también a Bene marchandose airada, sin despedirse, contoneándose sobre unos altísimos tacones que llevaba con asombrosa naturalidad. A pesar