y le apretaban con fuerza. Sentía la blanca mejilla de ella como una brasa sobre su piel, como nieve que quemara, y el roce de su pelo corto y sedoso junto a su frente. Crujían las hojas y Betina no soltaba elcuellodeJano,nisumejillasoltabalamejillade él. Luego oyó como un sollozo y nuevas palabras: --Nunca me miras; nunca me quieres. --¿Nunca, Betina? Pero ¿por qué hablas así?