la mirilla. --En el rellano no hay nadie --manifesté. --Llaman desde la calle --dijo ella. --Entonces no deben de ser los asesinos, porque no creo que cometan el error de anunciar su visita --dije yo. Ycomoseaqueunpeligroinciertosobrecogemás que uno real y que no hay ruido más inarmónico que un timbrazo, opté por responder a la llamada y, a tal efecto, pulsé un botón que había a mi derecha,