, entregado a la lectura con aquella misma concentración que, de niño, solía dedicar a uno de sus juegos predilectos: mientras con la mano izquierda sujetaba cuidadosamente un saltamontes, con la derecha, también con sumo cuidado, clavaba un alfiler en sus ojos. Cuántasveces,alpresenciaraquellatortura,legritédesesperada y le llamé asesino. También ahora sentía deseos de gritar para apartarle de aquellos libros que diariamente se interponían entre nosotros. En aquel tiempo él tenía