, se decía mientras instalaba su tienda en el rellano de la escalera, «vete a saber si me daría permiso». Aprovechó que estaba en la cocina muy ocupada en bordar una colcha para, durante casi una hora, intentar vender sus mercancías a cualquiera que subiera obajara.Aunqueeranbastanteslosquepasaban y le miraban con curiosidad y simpatía (en el tercero había un bufete muy concurrido), sólo consiguió vender ejemplares de su periódico a dos personas: