de su casa, ni siquiera una molotov --su pólvora estaba mojada de antemano--, pero sobre todo lloró porque ella era Mónica y no otra, porque la muerte del pequeño de Rosa no era su muerte y no podía vivirla, porque sabíamuybienqueelsábadobailaríaconelvestido rojo, oh, Bahía ay, ay, rayando a taconazos el corazoncito del niño de Rosa, bailaría encima de las mujeres a quienes los hijos se les caen de entre las piernas como frutas