para mí en el testimonio de que aquel espanto que se le atribuía existía realmente. Sin embargo, fuera lo que fuese aquello, yo estaba decidida a encontrar una disculpa para ella. Aunque, al mismo tiempo, una vaga desconfianza, unamagodedistanciainexplicable,comenzóaensombrecer mi relación con la muchacha. Todo empezó el día en que, a petición de Santiago fuimos por primera vez de excursión a los eucaliptos, como cuando éramos niños. Recuerdo que la