capacidad mental. Sea como fuere, ya me había quedado casi dormido cuando me percaté de que el señor Ministro tenía clavados en mí unos ojos inyectados en sangre o, quizás, aquejados de conjuntivitis, en vista de lo cual simulé unas arcadas, como si mi silencio sehubieradebidoaunbloqueolaríngeoynosíquico, y me esforcé por hilvanar los desastrados flecos de mi raciocinio. --Tenías una pregunta que hacer --me animó el señor Ministro. --En