culto idolátrico de los nombres y lo símbolos y la egolátrica embriaguez de la autoafirmación. Pero cualquiera de esos dos puntos de vista no ha sido en todo caso más que el alibí de una opción vinculada a una necesidad extraña al contenido propiodeladescentralización:alpresidenteleurgíaasegurarseen un mínimo de tiempo una aquiescencia pública suficientemente amplia y general, a la vez que le apremiaba poder ofrecer al pueblo algo capaz de tenerlo entretenido. Y así, lejos de retener el tema de la descentralización