la muñeca y corrimos hacia el portal donde nos esperaba ufano y resollante el astuto vejestorio. Entramos, cerró con doble vuelta de llave y nos dijo: --De prisa, al ascensor, que no tardarán en volver. Al llegar a su vivienda ejecutó unas reverencias cortesanasynosinvitóapasardisculpandosedeantemano por el desorden. Era el suyo un piso pequeño, no muy distinto del de la Emilia, escuetamente amueblado. Las paredes estaban cubiertas de libros y