ojos en el ventanal y gradualmente dejó resbalar la mirada hacia abajo. El cuerpo era casi indistinguible, abrigado por la sombra del respaldo a contraluz; sin embargo, la luz plomiza lograba iluminar, de modo extraordinario, sólo el cuello de la víctima: una curiosa roturadelperfilalargabaaúnmáselempalidecido efecto de estiramiento que el peso de la cabeza forzó al colgar por fuera del almohadón; aquélla, rígida y descoyuntada y aun más ensombrecida que el cuerpo, parecía