uno de cuyos extremos había un baño, y en el otro, la puerta de comunicación con el consultorio. Conformaban cada cubículo cuatro cortinas de paño grueso, de color ciruela rojiza o morada, colgadas de anillos metálicos, que se corrían o descorrían por un armazón de caños niquelados. En uno de esos cuartitos estaba su cama. También con la secretaria, única enfermera de la clínica, le pasó algo extraño. Por teléfono, la tomó por una mujer segura de sí