: . Atónito, cerró los ojos y los volvió a abrir: la incomprensible inscripción, moldeada en caracteres luminosos, seguía en su sitio. Se preguntó entonces si el local no habría cambiado de dueño y tomó la firme decisión de desaparroquiarlo: jamás volvería a poner los pies en él. Iría, en su lugar, al de la esquina que, aunque menos íntimo y un tanto pretencioso, despachaba el alcohol al mismo precio: el Café du Gymnase. Cruzó el