me a salvo. Eché la moneda en el molinete y me acerqué al quiosco; iba a comprar un Milkibar cuando vi que la vendedora me estaba mirando fijamente. Hermosa pero tan pálida, tan pálida. Corrí desesperado hacia las escaleras, subí tropezandome. Ahora sé que no podría volver a bajar; me conocen, al final han acabado por conocerme. He pasado una hora en el café sin decidirme a pisar de nuevo el primer peldaño de la escalera,